La Iglesia que estableció el Hijo de Dios en Judea hace casi dos mil años ha sido la puerta de entrada de los no judíos (gentiles) a Su pueblo Israel. En una oportunidad el Señor Jesús expresó: “Tengo otras ovejas que no son de este redil (o sea, los gentiles); aquéllas también me conviene traer, y oirán mi voz (que es Su Evangelio), y habrá un rebaño, y un pastor (Él mismo)” (Juan 10: 16). El apóstol Pablo reveló lo mismo, diciendo: “Recuerden ustedes los gentiles de nacimiento… que en ese entonces ustedes estaban separados de Cristo, excluidos de la ciudadanía de Israel y ajenos a los pactos de la promesa, sin esperanza y sin Dios en el mundo. Pero ahora en Cristo Jesús, a ustedes que antes estaban lejos, Dios los ha acercado mediante la sangre de Cristo” (Efesios 2: 11-13). Por eso el Señor Jesús anunció que “en su nombre se predicarán el arrepentimiento y el perdón de pecados a todas las naciones, comenzando desde Jerusalén” (Lucas 24: 47).

    Así ha sido, desde Jerusalén, en la Tierra de Israel, se ha venido predicando el Evangelio redentor, y allí fue el centro de la primera congregación que reunió a los primeros creyentes en Jesús el Cristo (Ungido), que inicialmente eran conocidos como “los del Camino” (Hechos 9:1-2, 18:4-26; 19:18-9,23; 22:4; 24:4,22), y también “nazarenos” (Hechos 24:5), dentro del ámbito hebreo o judío. Sin embargo, cuando el Evangelio comenzó a predicarse a los gentiles fuera de Israel, la comunidad de creyentes comenzó a ser denominada “Iglesia”, término muy adecuado, pues en lengua griega significa llamar a los de afuera, en este caso a todos los hombres y mujeres que deseen renovarse espiritualmente y servir a Dios en santidad. Posteriormente, hacia el año 40 d.C., aproximadamente, y en el ámbito de la lengua griega, los discípulos de Jesús fueron llamados “cristianos” por primera vez, en referencia a Cristo o Khristós (Ungido).

    El contexto histórico en el que se fue desarrollando la doctrina cristiana muestra a una Iglesia primitiva netamente judía. Los primeros discípulos no creían pertenecer a una nueva religión. Ellos habían sido judíos toda su vida, y continuaban siéndolo. Esto es cierto, no sólo de Pedro y demás apóstoles, sino también de los siete diáconos, y del mismo Pablo. Al respecto, se expone a continuación dos opiniones similares sobre esta verdad indesmentible:

    “Los primeros cristianos y sus dirigentes eran todos hebreos y hablaban el hebreo o el arameo. Cuando ellos se convirtieron  en  seguidores de Jesús, en ningún momento se les ocurrió pensar en ser ellos mismos otra cosa que no fuera el ser judíos. De hecho pensaban de ellos mismos ser  el  remanente de Israel de  los  últimos  días. En ningún momento se consideraron  apóstatas de su herencia judía, como tampoco la rechazaban. Ellos veían  a  Jesús como el cumplimiento del judaísmo, y  no como su negación… Los primeros cristianos estaban ansiosos de probar a sus hermanos  judíos que ellos eran unos buenos judíos. Aparentemente  llegaron  a lograrlo, puesto  que Lucas escribe que ellos ‘tenían gracia con todo el pueblo’ (Hechos 2: 47)” (1).

   Conforme a ello, hay que reconocer que la fe de la primera generación de cristianos no consistía en una negación del judaísmo (es decir, de las enseñanzas de las Escrituras hebreas), sino que consistía más bien en la convicción de que la edad mesiánica, tan esperada por el pueblo hebreo, había llegado. Por esta razón los discípulos de la naciente Iglesia en Judea no se separaron espiritualmente de la comunidad judía, pues se consideraban como un elemento reformador del judaísmo bajo la creencia en Jesús el Mesías. Esos judíos creyentes en Jesús continuaban asistiendo a las sinagogas, guardaban el día Sábado y las demás fiestas solemnes, y obedecían la ley de los alimentos. Por lo tanto hay que olvidarse del argumento surgido posteriormente que los primitivos judíos cristianos habían dejado de perseverar completamente en las enseñanzas de Moisés y habían dado por abolido los Diez Mandamientos, habían cambiado los días de adoración abandonando la práctica del reposo sabático semanal y de las fiestas anuales. El escritor Robert A. Morey reconoce que: “El mero hecho de pensar que los primeros judíos cristianos podían haber cambiado el día de adoración del séptimo día al primero de la semana, sin haber caído en una controversia con los judaizantes, es tan tonta, que se refuta a sí misma” (2).

   Las congregaciones que había formado el apóstol Pablo en torno al mar Mediterráneo poseían la misma doctrina y prácticas que las iglesias judío-nazarenas de Israel, pues él les dijo a los cristianos tesalonicenses que “vinisteis a ser imitadores de las iglesias de Dios en Cristo Jesús que están en Judea” (1ª Tesalonicenses 2:14).

    La Iglesia de Dios ha existido siempre, y se le puede identificar por la descripción dada por las Sagradas Escrituras: “La que guarda los mandamientos de Dios y la fe de Jesús” (Apocalipsis 12: 17, 14: 12). Y conforme al propósito de Dios, ésta llegó al continente americano en el siglo XVII. En efecto, el eslabón de la Iglesia de Dios que arribó a América se relaciona con el hermano Esteban Mumford, quien en 1664 fue enviado desde la congregación londinense de Bell Lane hasta Newport (Rhode Island), en los actuales EEE.UU. Su ministerio fue la primera piedra de todo el movimiento cristiano sabatista que se desarrolló posteriormente en esta parte del mundo.

    Sólo un remanente de aquella primitiva Iglesia sabatista se mantuvo fiel al Evangelio original predicado por Jesús y los apóstoles. El historiador eclesiástico John Kiesz escribió: “Es evidente que (en los EE.UU. de mediados del siglo XIX) habían muchos grupos observantes del Sábado (independientes) además de los bautistas del Séptimo Día, antes y durante el tiempo que Guillermo Miller predicara y predijera el fin del mundo, en 1844… Muchos grupos aislados habían surgido en varias áreas,… esto es, grupos locales de sabatistas, así como individuos aislados. Esto puede determinarse claramente de cosas que fueron escritas por el élder James White (y por otros) sobre sus varios viajes que ellos hicieron a grupos que intentaron incorporar. Cuando los White hicieron sus giras a través de los estados  del Este y Medioeste a comienzos de los 1860s...,  ellos encontraron  muchas congregaciones de sabatistas… Algunos de los grupos permanecían independientes de todas las organizaciones generales” (3).

    En consecuencia, a fines del siglo XIX, tanto en Estados Unidos como en Canadá, había grupos dispersos, aislados e independientes que tenían prácticas cristiano-judaicas. Algunas de aquellas congregaciones observaban el conjunto de fiestas bíblicas, según el siguiente testimonio: “Varias familias decididas proporcionaron una tenue continuidad a  la Iglesia de Dios. Estas  familias  se establecieron principalmente en  Missouri, Oklahoma (estados del centro) y  Oregon (del oeste de  Estados Unidos). Algunas retuvieron cierto conocimiento de las fiestas santas de Dios” (4). Pues bien, muy probablemente de una de esas ramas de la Iglesia de Dios provino el Evangelio que conocemos hoy en Chile.

    En efecto, la introducción de la Iglesia de Dios en Chile se produjo en el extremo sur de América a través del trabajo del evangelista suizo Federico Segesser, enviado quizás desde el centro de Europa (donde se había preservado la Iglesia de Dios sabatista), o bien, desde EE.UU. a mediados de la década de 1890, comisionado  por alguna congregación  sabatista de ese país.

    La región chilena en la cual concentró su labor el misionero Federico Segesser es la que históricamente se ha denominado Araucanía, que no hacía mucho tiempo había sido incorporada al desarrollo nacional. Cabe consignar que en ese momento no existía persecución inquisitorial alguna ni intolerancia  religiosa oficial en el país, por lo tanto Segesser se movilizaba sin impedimento alguno.

    La misión evangelística del hermano Federico Segesser, como la de muchos predicadores del pasado y en otras latitudes, estaba destinada a pregonar el mensaje del pequeño remanente de Jesús, cumpliendo así su orden: “Y me seréis testigos en Jerusalén, en Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra”; “por tanto, id y haced discípulos a todas las naciones” (Hechos 1: 8, Mateo 28: 19).

    Martín Ávalos fue el primer miembro de la Iglesia de Dios sabatista en Chile, convertido por el hermano Federico Segesser, quizás a fines del año 1896 o en el transcurso de 1897, y llegó a transformarse en la piedra angular de la naciente Iglesia que llegaría a llamarse Israelita del Nuevo Pacto. Fue el primero en guardar la fiesta de las Cabañas en 1897, en San Felipe. Además, el hermano Ávalos se convirtió en un verdadero apóstol al dedicar tiempo y recursos para predicar el Evangelio que él recibió. Su labor ministerial se concentró fundamentalmente en la región de la Araucanía. La segunda congregación la organizó en Victoria, pero también organizó las de Curilén y Pitrufquén, y su predicación permitió la aparición de grupos “israelitas” en Perquenco, Lautaro, Curaco y Quepe.

    Así surgió la Iglesia de Dios en Chile, cuyo Evangelio apostólico llegó desde la Tierra de Israel.

 Notas bibliográficas

  (1) Robert D. Brinsmead, Re-examinando  el  sabatarianismo, art. “La forma de  vida en la Iglesia  de  los 

        apóstoles”, www.mark-tab.org./ebrins4  y  www.quango.net/verdict/index.

  (2) Is Sunday the Christian Sabbath?, Baptist Reformation Review 8, n° 15, 1979; citado en Brimsmead, Re-

        examinando el  sabatarianismo

  (3) Alguna historia de la Iglesia de Dios (Séptimo Día); www.giveshare.org/churchhistory/cg7histKiesz

  (4) La Iglesia que no pudieron destruir, pág. 5; Curso Bíblico por Correspondencia, lecc. 53, pág. 10-11, citado 

        en Seiglie, Historia de la verdadera Iglesia..., n° 16, pág. 5